A veces pasamos tanto tiempo entretenidos pensando en quienes queremos ser, que nos olvidamos de quienes somos.
Somos los que se toman un café en el bar del pueblo antes de empezar la consulta, con la leche bien caliente en un vaso agarrado con las dos manos para recuperar el tacto en los dedos aún a sabiendas de que nos saldrán sabañones, mientras la televisión repite una y otra vez las imágenes de los salvapatrias alternándolas con los expertos en explicarnos sus verdades para que las hagamos nuestras, soportando sin escuchar los improperios que les dedica Sebastián mientras apura su coñá de la mañana.
Somos los que se quedan mirando la pantalla del ordenador murmurando plegarias para que se decida a arrancar y no tengamos que frenar la avalancha en la puerta mientras nos desgastamos al teléfono con esos informáticos mágicos, dotados del poder de mover nuestra flechita a su antojo por la pantalla y retrasarnos media hora, mientras escuchamos en el auricular el hilo musical, cagándonos en todos los muertos de la tecnología, de Bill Gates y de su señora prima.
Somos los que hacemos un chascarrillo al ver en la sala de espera a Emilia, que como cada lunes cuando se acaba el paréntesis de su soledad y sus hijas regresan a sus vidas, vuelve a repasar su cuadro de diagnósticos, y decide que no puede pasar ni un día más siendo el blanco de tantas penas y que al menos la tendremos que dar alguna medicina nueva para alguno de esos males.
Somos los que cuelgan el teléfono soltando maldiciones gitanas a toda prisa, abrimos la puerta de la consulta de la enfermera, raptándola sin reparar en remilgos y salimos casi con lo puesto porque en la calle hay un hombre caído nadie sabe cómo ni por qué, y vaya usted saber lo que nos encontramos, y nos disculpamos a marchas forzadas con el gentío que empieza a alborotarse en la sala de espera y a renegar de su suerte, pero que ha decidido seguir allí fielmente cuando volvemos con las orejas gachas, el corazón encogido viendo al hombre acojonado en la camilla de la UVI móvil, a la que habíamos esperado con el ansia de un adolescente enamorado de la más guapa de la clase, y a quienes hizo el mismo caso cuando llegó entre sirenas, enormes maletines y uniformes amarillos.
Somos los que se están meando como si se hubieran puesto cuatro Seguriles por vena pero aguantan con disciplina tibetana por no empeorar esa hora y cuarto que nos señala con vergüenza desde la hoja de citas cada vez que vamos a pasar al siguiente paciente.
Somos los que ponen cara de indignación cuando nos cuentan que les han dado cita con el nosequeólogo para cuando su bebé recién nacido haga la Primera Comunión, y los que nos acordamos de la madre de la Pastora Imperio cuando nos dicen que algún alma caritativa les ha explicado que la culpa es de su médico por no hacerle el volante preferente.
Somos los que nos levantamos pacientemente a mirar la garganta del yerno de Fermina, que no tenía cita, pero que se ha ofrecido en traerla voluntariamente y sin ninguna intención oculta, y que lleva cuatro días medio afónico, como dice su suegra, de fumar tanto, pero es que es muy dejado, que todo es trabajar y trabajar que ya sabe usted lo que les pasa a los autónomos, y que qué raro es que esté perdiendo tanto peso, pero que seguro que usted lo apaña con un jarabito y ya si no le importa mira las recetas de mi marido que le han dicho en la farmacia que le han dado ya la última caja y se las tiene usted que renovar y no se olvide de mirar a ver si ha venido la citología que se hizo mi hija la pequeña.
Somos los que miran el reloj y piensan que esa mañana los críos tendrán que volver a quedarse casi solos en el patio del colegio porque la cosa promete y aun hay que pasarse por la residencia a ver al pobre Ramiro que tiene cuarenta de fiebre y boquea como un lucio en un pantano seco.
Somos los que sonríen cuando nos cuentan que el especialista le ha mandado unas pastillas nuevas para no se qué, pero que no se las piensa tomar hasta que nosotros se lo digamos, que somos quienes le conocemos. Y somos quienes tuercen el morro cuando nos piden que les mandemos al hospital a no se cual especialista porque su vecina estuvo y le hicieron una prueba muy rara y le mandaron una cosa buenísima que seguro que a ella también le funciona.
Somos los que se tiran al suelo en la cuneta de una carretera en invierno para vendar la herida de un chaval que llevaba prisa por llegar a la plaza y se escurrieron las ruedas de la moto en la humedad nocturna, y somos los que se restriegan las legañas intentando entender quién esta cocinando a las cuatro de la madrugada para quemarse una mano con aceite.
Somos los que soportamos estoicamente la rendida admiración que producen las anécdotas de quirófano con que entretiene los gin tónics el deslumbrante cirujano, y los que se muerden la lengua hasta sangrar cuando el listo de turno interrumpe diciendo que él sólo podría ser médico de cabecera que al fin y al cabo solo tiene que rellenar recetas y las cosas gordas mandarlas envolantadas a los que manejan el cotarro.
Sí, todos esos y muchos más somos nosotros.
A veces es tan importante lo que queremos ser, que no le damos ninguna importancia a lo que somos.
7 comentarios:
Somos los que cada día al acabar con la última persona de la lista, vamos para casa repasando la consulta y sonriendo o no pero siempre sintiendo que tenemos el mejor trabajo del universo.
Mi muy muy muy querido padawan. Has captado perfectamente la filosofía intrínseca a nuestra profesión, a nuestra especialidad y a la forma de vivir la vida que elegimos al elegir Medicina de Familia. Un abrazo
Somos los que, pudiendo dejar de hacer guardias, sigues haciéndolas porque sientes que pierdes algo de tu identidad de #MFYC
Somos los pequeños que poco a poco, tras cada nuevo paciente y cada día junto a más médicos de familia, vamos aprendiendo a ser mejores médicos, más humanos y vemos al paciente en su complejidad y su totalidad, sin partirlo en trozos..
Sois los que, a pesar de tener la consulta llena atendéis una llamada llorosa y os paráis a preguntar qué pasa y el llanto sale y también para gracias a esa palabra que consuela.
Gracias a todos y a todas por vuestros comentarios, uno en especial por lo que significa para mi en cuanto al sentido de mi vida profesional: El de ayudar a los demás.
Esplendido retrato hiperrealista de lo que somos y hacemos.
De manera poética o sublime, como diría el maestro Gregorio Marañón, tal vez podría definirse nuestro oficio como "profesionales de la generosidad", o más prosaicamente, hoy en da, como "costaleros de una sociedad socialmente enferma " (v.la r.).
O más pesimista y amargo, como victimas principales sobre la que se sostiene todo un complejo sistema parasitario basado en nuestra explotacion laboral.
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