lunes, 4 de junio de 2018

Guardias de tormenta

Las guardias tormentosas no suelen ser un buen augurio. Lo saben todos los que se han echado a los lomos horas y horas de esas que acumulan miradas a las nubes de panza de burro por las ventanas de los chiringuitos de urgencias mientras esperan con ansia que descarguen por fin los chuzos de punta y todos los seres vivos se encierren en sus madrigueras hasta que suene la campanada de la vuelta a casa. 

Pero las cosas se alborotan en los ambientes, en las sinapsis y en los sentimientos y tanto alboroto no suele traer nada bueno. Esto es así. Seguro que no queda nadie que haya leído estas líneas con tormentas de guardias a sus espaldas sin sonreír. Nadie. 

Ese día las panzas de burro se habían reventado desde la noche antes de la guardia. Había sido una noche de truenos y golpeteo salvaje del agua contra las persianas, así que poco sueño y un despertador sin capacidad de sorprender. Llovía como si fuera el fin del mundo, formando lagos en las revueltas de las calles recién puestas cuando el médico se metía en el coche y se encaminaba hacia el centro de salud. Llovía como si ya estuvieran esperándole desayunando en el centro los cuatro jinetes del Apocalipsis. Llovía de cojones y el médico odiaba empaparse.


Así que entre unas cosas y otras aquello no empezaba bien ni auguraba nada bueno. Pero ante los malos augurios, el perro viejo encoge el lomo y se prepara para los palos. Y los palos empezaron a llover, no iban a ser menos. Las tres salas repletas de personas que resoplaban agobiados por las estrecheces de sus bronquios imitando a pilotos supersónicos con sus mascarillas vaporosas, la sala de espera como un mercado persa, aunque trescientos decibelios más ruidosa, el médico mentando en voz alta a la madre de Graham Bell y la cabeza abierta con más trayectorias que la cornada de un victorino y unos efectos especiales sanguíneos dignos de una boda Juego de Tronos estaban empeñados en demostrar que los augurios están ahí para quedarse, y sin necesidad de ser adivinos de madrugada televisiva.


Y cuando por fin la tormenta clarea ligeramente, el médico tiene tanta hambre y está tan cansado que cree que será incapaz de masticar medianamente, así que engulle y se acurruca en el sillón, que tiene casi tantos tiros pegados como él, pero que le parece una cama del Ritz. Y los párpados se cierran abandonándose en una inconsciencia maravillosa y breve. Breve y abortada por el teléfono. 

"Luisa se ha tomado diecisiete Nolotiles. Está en su casa. A mi me ha llamado a la mía".

El nombre y la dirección sobrevuelan la memoria. Las guardias terminan teniendo su porción de longitudinalidad. En la historia se reflejan situaciones similares, cercanas, resueltas en los pasillos de urgencias y en las consultas de los psiquiatras con acusaciones de trastornos de la personalidad y peticiones de ayuda y de terror a la soledad. 

El médico se mete en el coche jurando en arameo porque es un ser humano y la lluvia, el cansancio y la guardia le tienen hasta los mismísimos y le han diluido la empatía como si fuera de azúcar y la tormenta de café con leche. Y cuando llegan al piso tiene el contador a cero. Pero esos ojos inexpresivos y la docilidad con la que Luisa se deja hacer le impactan y remueven su conciencia de médico de pueblo, que le da una patada directamente en el culo, un baño de humildad; los dibujos infantiles colgados en las paredes le abofetean y le cuentan la historia que se había olvidado que se escondía detrás de esa desesperanza que hace sacar líquido color polo flash de fresa de la sonda nasogástrica. Y le ayuda a buscar sus zapatillas bajo la cama, le coloca con cariño el abrigo sobre los hombros antes de subirse a la ambulancia, y le ve tumbarse en la camilla con el bolso del dinero y el móvil agarrado, el tubo de plástico saliendo por la nariz y la mirada tan triste, dócil e inexpresiva que parece ya esculpida en mármol.


Y la tormenta arrecia al volver al centro repartiendo los augurios y los truenos a partes iguales. Definitivamente, piensa el médico, las guardias tormentosas no traen nada bueno, excepto que en algún momento, seguro que se acaban.



4 comentarios:

Unknown dijo...

Espero que mejore el tiempo... Y las guardias también. Un abrazo

Myriam dijo...

Qué bien escribes, Raúl. Me encantan tus relatos. Un beso.

chan dijo...

Eso es lo bueno y seguro que tienen las guardias tormentosas o no.... se acaban tarde o temprano!!! Una lectura estupenda, gracias!!

Raul Calvo Rico dijo...

Gracias por vuestros comentarios.