martes, 5 de marzo de 2019

Guardias y demás

Hay que llevar años en esto de irse a la cama con un cansancio de corredor de maratón, sintiendo el sollozo de la sangre deslizándose por los tobillos hinchados, suplicando por el decúbito como si fuera la última voluntad del condenado a muerte. Hay que llevar años comprobando que la puerta de la calle quede bien cerrada, que el teléfono funcione, pasando revista a los bajos de la cama para descubrir algún. huésped no deseado. Hay que llevar años acostándose vestido y encabronándote por ser incapaz de cerrar los ojos y dejarte llevar, taquicardizándote a medida que se acerca el ruido del motor, e intentando recobrar el ritmo sinusal cuando sientes que se aleja carretera adelante. Hay que llevar años sabiéndote el último mono de la cadena, con los civiles en algún lugar en cuarenta kilómetros a la redonda, perdidos en la humedad oscura de cualquier sembrado, dispuestos a echar una mano intimidatoria, con la retórica de sus uniformes verdes y sus cartucheras, a los que ves como a los ángeles de los cuadros de Murillo, aunque hayas sido el amigo más ácrata de Bakunin.

Hay que llevar años en esto de la soledad de las guardias rurales para desear cumplir cincuenta y cinco y que algún alma caritativa crea que esas taquicardias nocturnas pueden convertirse en locas fibrilaciones irreversibles, y decida que igual ya está bien de tragarse esas noches insoportables. El médico de esta historia lleva años en esto, sintiéndo como se le agria el carácter cuando se acercan esas noches, noches con la misma soledad y el mismo miedo que el primer día.

 El timbre a las dos y media suena en la nebulosa de la primera cabezada, como suele ser su costumbre. Cuesta encontrar los zuecos, se pone a prueba el equilibrio y la orientación, que parecen trabajar más por inercia que por consciencia. Cuando el médico alcanza el portón de cristal, las luces de una ambulancia empiezan a moverse y se largan con viento fresco calle arriba. Hay una silueta junto a la cancela, esperando la apertura automática. No es habitual que la ambulancia actúe como una furgoneta de reparto con prisas, los búhos nocturnos suelen intercambiar palabras de consuelo y buenos deseos. Resultan extrañas tantas prisas.

El individuo viene bien abrigado, vestido de un oscuro que no puede ocultar la suciedad acumulada. Lleva una gorra de lana que intenta sujetar unas rastas rubias con escaso éxito. Da las buenas noches educadamente y en la misma puerta inicia un despliegue verborreico que tiene la virtud de aturdir al médico y de hacerle saltar hasta la última alarma en el cerebro embotado y adormecido. El discurso contiene conspiraciones, denuncias, cuadro de síntomas con diagnósticos diferenciales, recriminaciones a la sociedad y al statu quo, quejas por abandono y un remate final sobre estancias en prisión y huidas al norte para perderse en el horizonte del mar, antes de ser envuelto de nuevo en una bruma conspiranoica, todo rematado por la petición final de ser trasladado a la capital en una ambulancia que le permita encontrar allí un hostal donde pasar la noche.

A esas alturas, las alarmas del médico vienen a ser algo parecido a las de Chernobil dos minutos antes de joderse el reactor. Intenta la salida del profesionalismo distante y supremacista, y muy en su papel, le pide que se descubra de cintura para arriba, iniciando todo el ritual auscultatorio, la búsqueda de pulsos radiales y yugulares y el constanteo de saturaciones, tensiones sistólicas y diastólicas y frecuencias cardiacas, intentando utilizar el bálsamo de la normalidad que transmiten los datos para serenar al sujeto y a sí mismo. El individuo insiste en un dolor torácico molesto, así que el médico aprovecha la aparición de la enfermera, alertada por el ruido de las conversaciones y el cacharreo, y le pide un electro. Después se entrega con fruición a la redacción de un informe tecnicista que va verbalizando al mismo tiempo, anticipando una resolución que al individuo no le satisface lo más mínimo.

- Pero yo quiero que me mande al  hospital a que me hagan más pruebas
- Lo siento pero lo veo innecesario. No son necesarias más pruebas que las que le he realizado.
- ¿Qué debo hacer entonces para que me mande al hospital, salir ahí fuera y abrirme la cabeza, ahorcarme? Al menos si me manda al hospital, cuando me den de alta estaré en la capital, y allí hay hostales donde pasar la noche.
- Entonces lo que me pide es transporte a la ciudad.
- Allí es donde pensaba que me iban a llevar cuando llamé al 112.

La conversación se va haciendo densa, tensa. Suena el timbre. Es raro que ese sonido a aquellas horas provoque alivio, pero alguna vez tenía que ser la primera. Un dolor de muelas nocturno es la oportunidad para rebajar la tensión. El médico le pide con toda la amabilidad del mundo que le permita atender al nuevo paciente, pero antes le ofrece llamar a la Guardia Civil por si ellos pudieran ayudarlo. El sujeto acepta y el médico pega un resoplido interior que está seguro de que ha debido ser perfectamente audible. El doliente nocturno no supone un gran reto, y reconfortado con su calmante, deja al médico colgado del auricular al habla con el cuartel de los civiles. El nombre y los apellidos son reconocidos al instante por el interlocutor que recomienda no intentar hacer nada hasta que llegue el séptimo de caballería, advirtiendo al médico de que esos añitos entre rejas fueron por un apuñalamiento, una noticia que tiene efectos hipotensores, vasovagales y casi laxantes.


El médico vuelve a llamar al individuo y le avisa de que en breve llegará la patrulla. Aunque está convencido que hablar con él es la mejor manera de dejar pasar esos minutos, no es fácil mantener una conversación porque el hilo argumental está trufado de rencores familiares, reproches que no dejan títere con cabeza, legalismos farragosos con articulados y apartados, juramentos de vida sana entremezclados con recriminaciones a todo lo que se menea, un diálogo de frenopático. Mientras estimula ese torrente discursivo, no puede evitar verse a sí mismo y a la enfermera tan pequeños y frágiles, él con su pijama blanco, ella verde, con los escasos sesenta o setenta centímetros de mesa parapetándoles.

Se escuchan los inconfundibles sonidos metálicos de las voces en los walkie-talkies. La enfermera dejó la puerta abierta cuando salió el paciente del dolor de muelas, y hacen su entrada cuatro mocetones de verde y fluorescente con las manos apoyadas en los correajes y ese tono de voz seguro e intimidatorio a partes iguales, poniendo fin al sainete como terminan las buenas obras de teatro, con un mutis por el foro, los pasos cansados devolviendo al médico y a la enfermera a una cama en la que dar vueltas a babor y a estribor como si así fuera diluyéndose poco a poco la adrenalina.

Hay que llevar años en esto, sin duda, hay que llevar años.












5 comentarios:

Un tutor en el desván dijo...

Me ha conmovido.
Quedaría bonito aludir a "Gladiator" y decir , como los romanos: "fuerza y honor" antes de luchar.
Aunque a veces dan ganas de decir :"a mi señal, ira y fuego" .
Pero los bárbaros ya han llegado a Roma y ésta ya arde en llamas.
Un fuerte abrazo.
Eduardo.

Lucinio Laso dijo...

Que bien describes la realidad de algunos momentos, siempre los mismos con los mismos miedos en las mismas noches. Faltan las inclemencias del tiempo acompañando esos miedos para asistir el accidente de tráfico en la autovía, una noche de lluvia y saltar un linderon entre el barro y buscar en el campo al supuesto herido despedido del coche que ha dado varias vueltas de campana. Hemorragias en adultos postamigdalectomizados o epistaxis en ancianos anti coagulados a las cuatro de la mañana, comas hipoglucemicos a la misma hora. Llevo muchos años con esas noches y esos miedos.

Raul Calvo Rico dijo...

Gracias a ambos por los comentarios. Son duras y se quedan para siempre pegadas a nuestras costillas. Como el sonido del timbre de la puerta o la humedad de la noche. Saludos.

Unknown dijo...

Me has hecho viajar a esas noches, ahora lejanas pero que no se olvidan y me han marcado para siempre. Son duras las noches. Se han hecho para dormir como se suele decir. Seguro que como siempre seguirás sacando lo mejor de ti. Y lo importante es no perder esa sensación de fragilidad. Ánimo Raúl

Traductores médicos dijo...

¡Hola!
Poder conocer de primera mano todo lo asociado a las guardias médica es esencial para que la población se dé cuenta del esfuerzo que hacen los profesionales médicos.