lunes, 2 de octubre de 2017

El médico enfermo

Si, chaval, ésta es la historia de mi vida. Ha sido un poco traicionero haber aprovechado esta guardia tan tranquila para habértela contado. Es fácil que se te haya cortado la digestión, que te acuestes dándole vueltas a tu joven cabeza pensando en encontrar la forma de ayudarme. No puedes evitar ese entusiasmo pardillo que te hace querer solucionar todos los problemas a tu alrededor. Al fin y al cabo te dices varias veces al día que para eso te hiciste médico. Me gusta percibir esa energía. Es como ver una foto de tu comunión con los colores desvaídos e irreales de las primeras máquinas fotográficas modernas. Te recuerdan que uno también fue niño, que corrió por la calle vestido de marinero. Y luego te miras al espejo y te devuelve una cara ajada, una barba gris y un porrón de años mirándote desde unos ojos casi vacíos.


Menuda historia. Me quedan solo tres años para jubilarme. Tengo que aguantar como sea. Hay que ayudar a los hijos con sus hipotecas, y sus arranques titubeantes o sus porrazos contra el muro de callejones sin salida. Solo tres años. Solo. No es para tanto, no pongas esa cara. Los pacientes ya han sobrevivido a otros como yo, a cientos. Ya. Me han sobrevivido en épocas peores. No pasará nada, ya verás. Ahora estoy bien. De verdad. 


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Nacer en el cincuenta y cinco, morir en el setenta y cinco. Esta fue la vida de la mayor parte de los chicos de mi barrio. La ciudad reventaba por sus descampados, convirtiéndose en un monstruo irreconocible. Y sin embargo, los chavales que crecíamos allí vivíamos en un estado que cualquier ignorante hubiera llamado de felicidad. Si todo el mundo tiene muy poco, hace falta muy poco para ser feliz. Cuando la droga llegó al barrio, ya no quedaban expectativas, porque ese poco ya no cabía en los bolsillos de los pantalones de campana y la realidad olía peor que las cloacas de nuestras calles. Los porros y la heroína te permitían comprar el engaño de que la felicidad seguía siendo posible. 


Yo era buen estudiante. Los profesores se volcaban en mi con esa desesperación que les daba saber que no tenían ninguna otra baza ganadora en su mano. Yo acompañaba a mis colegas al parque a pillar para fumarnos lo que no estaba escrito, pero seguía estudiando casi a escondidas, avergonzado, sintiéndome un traidor, como si los estuviera abandonando a su destino fatal, como si hubiera saltado del barco mucho antes que las mujeres y los niños. 


Cuando entré en la facultad de Medicina, el cementerio y la cárcel se repartían casi en partes iguales a los colegas de mi panda. Allí hice nuevos colegas, pero su rollo hippie, sus malas imitaciones de Dylan, toda su mierda de la paz  y del amor libre era una realidad paralela que me sonaba tan irreal como si estuviera viendo una peli de Disney. Pero bueno, seguíamos fumando petas y follábamos un montón, así que cualquiera se quejaba. Y luego estaba el rollo político: apuntarse al PCE, imprimir pasquines y tirarlos desde la parte de atrás de la moto que le había comprado el banquero a su niñito para ir al chalet de la sierra. En fin. No me acuerdo muy bie, pero creo que en algún momento debí de estudiar algo de Medicina, vamos digo yo. 


Aquello del MIR me sonaba a cuento chino, y a tardar en ganar dinero. No se, puede que tardará cuarenta segundos en conseguir mi primer curro, los que tardé en presentarme a la administrativa y en sacar mi flamante título de licenciado en Medicina y Cirugía firmado por un rey novato y joven. No he sido nunca un buen médico. He sido listo, he sabido escuchar y reconocer lo que querían de mi, y he sido hábil dándoselo. Creo que por eso me tienen en tanta estima mis pobres pacientes. Pero no he sido ni mucho menos un buen médico para ellos. Los padres que les dan a sus hijos lo que quieren no son tampoco buenos padres. Solo para que te hagas una idea de lo,que quiero decir. 

La vida me subió y me bajó de su elegante cochecito de paseo muchas veces. Mi mujer, mis hijos, me hacían sentirme como si me dejara montarme en el pescante. Y olvidaba la puta droga porque nadie de quienes quería se lo merecían. Pero después, la señora vida me daba una patada en el culo, y me apeaba del carro sin contemplaciones, caído de cara en un charco de barro: el divorcio, la muerte de mis padres, o el miedo insoportable que me daban, cada vez más terrible, las guardias. Volvía a convertirme en un guiñapo que se sostenía solo metiéndose mierda. 


He pasado años entrando y saliendo de relaciones sentimentales, abrazos y abandonos de mis hijos, bajas laborales y periodos de trabajo febril. He estado al menos dos veces, que yo recuerde, ingresado porque tenía los dos píes ya en el abismo, justo donde mis compañeros habíais puesto una red que evitó que me despeñara. Y me agarraba a la posibilidad de cambiar como una garrapata que le mete sus ganchos bien profundos a la vida. Y de nuevo mis pasos volvían a encaminarse al sendero que lleva a lo alto de las rocas, sin saber si ahí debajo sigue estando la red o ya os habéis hartado de pescar despojos. 

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No te voy a decir que esté curado, chaval, porque no me curaría las heridas ni viviendo tres vidas. Pero mi nueva pareja tiene una sonrisa que ilumina la casa y a mí me apetece que vuelva a entrar el sol en mi habitación. Así que estoy aquí otra vez para intentarlo. Son solo tres años. Ya no me queda ningún entierro de mis colegas del barrio al que ir. Solo el mío. Tengo un par de nietos que puede ver en el parque los domingos y quizás aún pueda ayudar a algún paciente, quién sabe. 

Cuando uno se ha dado a sí mismo tantas oportunidades, queda poco espacio para el engaño, aunque no hay que subestimar nunca la capacidad de éste para adelgazarse y meterse debajo de nuestra piel. Por experiencia. 

No te agobies, chaval. Soy una vieja gloria de los setenta que aún tiene que hacer guardias para ayudar a su gente, soy como el Jagger, decrépito y molesto a la vista, pero aún dispuesto a dar una última gira. Una gira de tres años. Tranquilo, ya veras como no pasa nada. 


(La imagen pertenece a la Guía del Plan de Atención Integral al Médico Enfermo, que la Fundación para la Protección Social de la Organización Médica Colegial española ofrece a sus médicos para ayudarles a recuperarse y reintegrarse su vida profesional. Una iniciativa extraordinaria y que podéis consultar en este enlace: Guia PAIME )









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