lunes, 13 de abril de 2015

La medicina de familia también tiene su día

Era una mañana tibia de las primeras del verano. El pueblo estaba situado en una hondonada, y engañaba un tanto cuando se le veía de lejos, parecía pequeño, apenas unas pocas casas y el campanario de la iglesia. Se reservaba la sorpresa de sus auténticas dimensiones hasta que  encarabas la última curva de la carretera y aparecían las casitas derramandose por la ladera hasta la plaza mayor, cerrada en una esquina por el Ayuntamiento y por la iglesia.

El coche renqueaba con las ventanillas bajadas, una antigualla de estudiante sin posibles que tendría que servir hasta que empezaran a verse los frutos de tantos años de universidad. No eran tiempos de aires acondicionados de serie, así que el fresquete matutino despertaba al más adormilado, y los nervios hacían el resto.

El chaval preguntó por el consultorio local a una mujer que barría su acera en guatiné y rulos. Le señaló la plaza, que se veía casi desde cualquier punto del pueblo. Aquel joven no cabía duda de que aún tenía capacidad de asombro, o al menos eso parecía dada su tendencia a mantener los ojos muy abiertos. Reunió el valor suficiente para atravesar una barrera humana apelotonada frente a la puerta del consultorio, y con varias miradas asesinas clavadas en la espalda, tras un cortés golpeo, asomó la cabeza en la consulta.

- Buenos días. Soy el médico que va a sustituirle.

Había un tipo enorme de espaldas, trasteando en un archivador que se volvió sonriente y le atizó un manotazo en la espalda de los que desencuadernan al más pintado.

- Pasa, chaval, pasa. No te preocupes, que esperen un poco, que no tienen otra cosa que hacer. 

La consulta hacia esquina y había un buen ventanal en cada una de las paredes que daban, una a la mismísima plaza del pueblo, la otra a una calle adyacente.  El joven buscó tímido un sitio donde sentarse, pero allí la única silla presente era el sillón donde se repantingó el gigante. 

- Ni se te ocurra poner sillas, o se sentarán y tardarás un mundo en pasar la consulta-. Si se abrían un poco más los párpados del chaval, los ojos terminarían por quedar colgando como los de los zombies de las películas.

- Allí tienes el archivador con las historias clínicas, pero no vas encontrar gran cosa. Sólo escribo cuando la gerencia va a venir a hacernos la valoración anual para los incentivos. Mira, muchacho, yo te aconsejo que no escribas nada. Así siempre será tu palabra contra la del paciente. Ahora, como escribas y te equivoques...

Aquella tarde las horas se fueron volando entre libros de repaso, vademécum y tazas de café. Una libreta de anillas convertida en chuletario se iba llenando poco a poco desde la certeza terrible de las más profunda ignorancia. Fue una noche de pesadillas y sudor, y un despertar de palpitaciones, prisas y ojeras. Cuando la plaza del pueblo se reveló, las manos le sudaban en el viejo volante de imitación a cuero. Había mucha gente ante la puerta del consultorio, pero mucha de verdad. El se sentía pequeñito, casi ridículo, hasta tuvo que tentarse la ropa para alejar la duda de haber salido de casa en pijama.

Entró en la consulta con un buenos días traicionado por un gallo en la voz, respondido desde la desconfianza o la lástima, no tenía muy claro cual de los dos tonos había podido identificar, probablemente ambos. Lo primero que hizo fue rebuscar en las demás consultas a la caza de un par de sillas, que colocó frente a la mesa. Estaba terminando la redecoración cuando se abrió la puerta de la consulta.

- ¿Hoy no está el doctor?- le soltó de bienvenida el primer paciente, a quién el ruido de muebles le había parecido suficiente señal como para empezar el día por su cuenta.
- No. Está de vacaciones. 
- Bueno pues hágame usted las recetas, entonces. Tengo un problema pero iré esta tarde a contárselo a su casa. 
- Pero hombre, cómo va a ir usted a molestarle estando de vacaciones. 
- No, no, si nos tiene a todos los del pueblo igualaos

Fue aquel un primer día de recetas, volantes, partes de confirmación y miradas recelosas. La muñeca le dolía de tanto firmar a media mañana, y el alma de médico se la iba dejando con la tinta del boli BIC. El fonendo acumulaba polvo encima de la mesa, y miradas tristes. Aún así, el suplicio se alargó hasta que el sol apretó de firme por el ventanal. A última hora, llegó una madre con su hijo, un niño de unos cinco años que le miraba con gesto hosco.

- Al niño le duele mucho el oído-. El chaval agarró el otoscopio con una alegría infantil y se lanzó a por la oreja del niño. A la madre casi la da un patatús cuando vió encenderse el aparato. -¡Ah! ¿Pero funciona? Como el médico siempre nos dice que está roto y no le mandan otro para sustituirlo. 
- ¿Y como les mira los oídos cuando les duele?
- No, nos manda al hospital directamente o al ambulatorio. 

El regreso a casa en el horno en el que se convertía el cacharro de coche, entre el estruendo del aire entrando por la ventanilla, fue de una tristeza y unas ganas de llorar como pocas veces había sentido hasta entonces. Aquel desvirgamiento doloroso y sin miramientos a que le había sometido la medicina le dolía y amargaba la boca.

Pero en aquel viaje a cincuenta grados de asco y decepción decidió dedicar su vida a la Atencion Primaria, a demostrar a las personas que le tuvieran al lado como médico de cabecera, que tenían derecho a que les cuidara alguien dispuesto a dar el máximo de sí mismo en el empeño. Que estaba dispuesto a luchar por borrar el recuerdo de esos viejos sheriff que habían hecho de su medicina un sayo. Que, algún día, sus pacientes le querrían, le respetarían, quizás hasta colocarán su opinión por delante de la de las eminencias del hospital.

Aquel fue su primer, su único y definitivo Día de la Atención Primaria.


Han pasado casi veinticinco años de esta historia. En aquellos tiempos, había personajes enormes que habían entregado su vida a hacer una Medicina más que digna en pueblos, en aldeas y ciudades, pariendo una Atención Primaria en un parto largo y doloroso, lleno de buenas palabras pero, como en los partos reales, en los que siempre empuja la misma protagonista. Pero también había sujetos como el de la historia, dueños de cortijos sanitarios, empobrecidos en sus miserias, dedicados en cuerpo y alma a desprestigiar la profesión más bella.

No me gustan los días de nada, a pesar del rollo de la visibilidad y demás pamplinas. Pero sí creo firmemente que cada uno de nosotros tiene SU día. Y creo que la regeneración que ha vivido la Atención Primaria, nutriéndose de médicos bien preparados, con un ligero (a veces más que ligero) deje de valentía y de abnegación, ha servido para plantar unos cimientos sobre los que cualquier cabeza razonable decidirá algún día hacer crecer el edificio de la Sanidad de este país.

O al menos, quiero creerlo. Porque los cimientos también pueden olvidarse y dejar que los cubra la madreselva.

La foto es de la chapa que lucirá durante todo el 13 de abril en su bata mi amigo Luis Tobajas.






























3 comentarios:

Ana Rivera dijo...

Se me revuelven las tripas cuando escucho o veo los médicos que funcionan así, en Aragón aun queda pandilla... Asco y pena de que en mi colectivo no haya manera de penalizarlos.. En fin.
Casi dejo la MF porque mi primer tutor era un tipo así... Menos mal q me cambié y topé con un gran MF q me hizo ver lo bonito de todo esto...
Impotencia aún con todo, de no poder echar a esta gente!

Afrontando la lesión medular dijo...

Me ha traído recuerdos de mi primera andadura en el antiguo Insalud allá por el año 1984. Recuerdo un medico que me dijo que mi motivación se debía a que era muy joven aún, tanto en edad como en ejercicio profesional. Me gustaría volver a encontrarme con aquellos médicos de primaria y especializada para decirles que, a pesar de que han pasado 31 años, no sólo no he perdido la ilusión y motivación en mi trabajo sino que me apasiona cada día más.

También he recordado lo que hace muchos años me contaba una enfermera de nuestro Hospital que cambiaba de Unidad (de la UCI a una planta de hospitalización de rehabilitación, y las compañeras del lugar de destino le decían que no mimara a los pacientes ni les ahuecara la almohada porque eso no se hacía en su Unidad y a ver si ahora los iba a malacostumbrar

Gracias por este regalo de Entradas. No dejes de escribir.

Juan V. Quintana dijo...

Enhorabuena por sus vivencias y reflexiones y la manera de plasmarlas