lunes, 13 de noviembre de 2017

Catalina

Catalina no sabe leer, pero entiende los números. Cuando llega a la consulta se queda de pie junto a la puerta esperando que el médico la llame. No se sienta.

Catalina ha fumado mucho, antes de que nacieran los niños, y tiene los dientes y los dedos amarillos.

Catalina aún tiene acento extremeño, que no la abandonó ni durante los veinticinco años que estuvo viviendo en esa impersonal ciudad dormitorio que parecía dejarles a los inmigrantes de su tierra a unos pocos kilómetros de la capital, como si la carretera si hubiera acabado antes de tiempo, o como si no quisiera que llegaran hasta allí.

Catalina se quedó viuda con una hija adolescente. Completaba la paga de viuda fregando cuando podía. Era la suplente de la titular. En unos años por fin se convirtió en titular, aunque los riñones le dolían lo mismo.

Catalina trata el médico de usted porque no puede dejar de sentirse impresionada ante la gente que tiene estudios. pero eso no le hace más confiada, no. Quién ha sobrevivido con cuatro perras, cocinando patatas cocidas y fregando escaleras es normal que no se fíe demasiado  de lo que le digan los que tienen estudios, aunque sea el medico de cabecera.  Tampoco le ha ido así tan mal.

Catalina lleva más de seis meses cagando sangre. Pero no se lo ha dicho a nadie. Sí, está más delgada, pero tampoco se ha dado cuenta la gente del pueblo. Total, solo baja una vez en semana al mercadillo a comprar fruta y carne por si vienen los niños a pasar el fin de semana. Desde que se fueron hace siete meses a la capital, tampoco come ella tanto. Lo ha llevado mal, se había acostumbrado a sus gritos por la casa, a sus llantos, a sus bocadillos de mortadela. Los había criado ella mientras su hija se buscaba la vida haciendo camas de hotel en hotel desde que se levantaba el sol.

Catalina por fin se lo ha contado al médico, pero no a su hija. El hombre se ha preocupado y la ha preguntado doscientas cosas, aunque ella no ha entendido más que unas pocas. Que se tumbara en la camilla y se dejara la tripa al aire. Eso sí. Y también le ha pesado.

Catalina se va de la consulta con tres papeles que no entiende, con un número de teléfono apuntado en el primero. El médico le ha pedido el teléfono de su hija. Ella se lo ha dado, pero no quiere que la molesten mientras trabaja, sabe que a sus jefes no les gusta. Le ha prometido que ella la llamará cuando salga del trabajo y se lo explicará todo.


Catalina vuelve a la consulta. De nuevo se queda de pie junto a la puerta, preguntando al médico cada vez que sale si ya le toca a ella. Le dice que tenia cita a las nueve y cuarto, que se la había cogido su hija con el teléfono. El médico dice que no tiene cita hasta las diez y cuarto, que lo habrá entendido mal. La toca esperar.

Catalina no se sienta aunque tenga que esperar mucho más de la hora que le ha dicho el médico.

Catalina tiene algo malo en el colon. La han dicho que la tiene que operar. Ella no quiere molestar a nadie. No sabe si se la podrá llevar en una ambulancia al hospital, pero ha oído por ahí que a otras las llevan y ella quiere pedírselo al médico.

Catalina ha seguido bajando a la consulta, ha seguido esperando en la puerta, equivocándose de hora, acumulando papeles que no entiende encima de la mesa del médico, citas, revisiones. Las cosas que le ponían por las venas la hacían vomitar, pero tampoco se lo contaba a su hija, para qué. No podía venir a verla e igual no quería traerle a los niños por si la molestaban. Y los niños eran su vida.


Catalina sigue sin fiarse demasiado de ningún médico. No pasa nada.

Catalina se vuelve a casa con su historia a cuestas.











4 comentarios:

Juan Antonio García Pastor dijo...

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Mi Catalina puede que se llamara Antonio. No era paciente mío. Vivía en las Medianías del municipio vecino. Lo conocí hace 20 años acompañando a un compañero y amigo que se ocupaba de la Atención Domiciliaria de los pacientes con Cáncer Terminal.
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Me acuerdo de tres cosas que decía.
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Decía que lo suyo era por el café.
Otro vecino también bebía mucho café y murió de lo que él iba a morir.
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Definió el tenesmo rectal de maravilla: "Empujar en vacio".
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Sintió la soledad dentro de un gran hospital.
Decía: "Lo mío es malo porque cuando me averiguaron, ningún doctor vino a verme".
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Rodrigo Gutiérrez Fernández dijo...

Querido amigo: Mira que te he leído historias y que estoy curado de espanto, como suele decirse, pero la historia de Catalina, (Juana, Felisa, Soledad, Antonia o Sagrario, tanto da), me ha dejado sobrecogido... (debía estar algo “blandito” tras asistir al #SiapLleida 2017). En fin.
Un fuerte abrazo.

Enrique dijo...

Sin imposturas, heroismos, lazos. Sólo la vida. Enhorabuena.

isabel dijo...

Pero busca hueco en tu agitada vida para seguir contando lo que todos vemos,pero no sabemos contar.