lunes, 20 de julio de 2015

Los pecados capitales 3: la pereza

Pereza: Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. 
Diccionario de la Real Academia Española. 23ª edición. Octubre 2014.

Cuando uno decide afrontar esta boutade veraniega de los pecados capitales, influido sin ninguna duda por el amor incondicional al cine y la rendida admiración a ese actorazo de Kevin Spacey, el villano mas retorcido e inteligente de la pantalla que se descojona en la cara del guapito de Brad Pitt; pues bien, como digo, cuando alguien se embarca en tamaña autorreflexion y repasa la lista de los pecados, siempre se topa con aquel del que reniega en público y en la soledad de la cama, aquel contra el que bufamos como un toro encabronado, contra el que echamos sapos y culebras por nuestra boca siempre que tenemos oportunidad, aquel que disfrazamos como si fuera el Mortadelo de nuestra conciencia, para que ni desinhibidos por los gin tonics de la terraza junto al mar seamos capaces de reconocerlo como un hijo descastado que abofetea a su madre.

En mi caso, ese pecado impronunciable, ese baldón a las virtudes de cualquier persona, mucho más de un médico, es la pereza.

Desde que decidí afrontar la reflexión sobre este demonio apocalíptico, me asaltaba en todo su esplendor y en sus mil y una faceta a mi alrededor. He visto su rostro de podredumbre en el medico que llega media hora tarde a su consulta porque no le gusta madrugar, y que además no le importa hacer esperar otra media horita a sus pacientes mientras se toma un café con algún amiguete de los de traje encorbatado y brillantes papeles satinados bajo el brazo.

He visto su repelente silueta en compañeros que declinan una y otra vez la invitación del pesado del encargado de la docencia para hacer una modesta sesión clínica que compartir con el resto de sus compañeros, escudándose en lo mal que se les da hablar en público (como si fueran a debutar en el Teatro Real), o en lo sobrecargadisima que esta su consulta (no como la de mi compañero de al lado, que se pasa la mañana trasteando en internet)

Me ha asaltado su fetidez en todos aquellos compañeros que han decidido que ya lo saben todo, que reciclarse es cosa de jovenzuelos por destetar, que además están hartos de que les ofrezcan todos los cursos fuera de su horario laboral (que, por supuesto, incumplen a rajatabla) y que tienen una vida interior y exterior riquísima como para perder su valioso tiempo en tontadas de niñatos.

Se me aparece su espectro una y otra vez cada vez que alguien me dice aquella frase tan bonita de "esto no es mío", cada vez que una boca pronuncia las palabras "espere a las tres que entran los de guardia", cada vez que un suplente pronuncia entre dientes "eso, mejor, cuando venga su médico", cada vez que un médico de cabecera rellena una volante sabiendo que el paciente será absorbido en un tifón de los mares de China que le mantendrá alejado de su consulta quién sabe cuánto tiempo.

La desidia me rodea, y yo, Davy Crockett en El Álamo (el de Texas, no el de Madrid, donde resistí un asedio de siete años) como el gran John Wayne en la película, resisto al envite final desde mi fortaleza moral, poniendo cara de asco y un gesto de duro de Hollywood copiado de The Duke. Hasta que no le quedan balas a mi Winchester y entonces, se detiene el tiroteo lo suficiente como para que recuerde aquellos dos viejecitos que vivían sus últimos días en dos pequeñas camas, el uno junto al otro, entre olores a pañales empapados de orín y humedades de paredes de cal, y que tomaron el camino del olvido con apenas unas semanas de diferencia, sin que su medico de cabecera hubiese ido a conocerlos.

Y me doy cuenta de que hay autocríticas que duelen mas que otras, y que esta es una de esas que me provocará un insomnio culpable que resulta difícil de expiar, aunque se pase uno la vida a la tarea. Porque lo disfrace como lo disfrace, lo maquille como lo maquille, no puedo librarme ya de esas vergüenzas.

Y hasta creo que tampoco quiero, pues tenerlas presentes me permiten no relajar la guardia, y, en definitiva, volver a convertirme en perezoso.

El cuadro, como en las dos ocasiones anteriores, representa a la pereza, perteneciente a La Mesa de los Pecados Capitales, de El Bosco, que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid.

En ella, un eclesiástico duerme ante la chimenea en un acogedor interior, mientras que una mujer (la Fe), elegantemente ataviada, trata de despertarlo para que cumpla sus deberes de oración. (Wikipedia)




1 comentario:

Anónimo dijo...
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