lunes, 13 de julio de 2015

Los pecados capitales 2: la lujuria

"Lujuria: Exceso o demasía en algunas cosas "
DRAE, XXII edición, 2012

Para el lego que desconozca el mundillo en el que nos movemos los médicos de cabecera, les explicaré que el momento en que recibes tu primer cupo por un periodo mínimamente superior a un mes te sientes como un ser de otra galaxia. Empiezas a ir a tu consulta con otro aire, recolocas las cosas de encima de la mesa, hasta puede que te lleves alguna foto, el respaldo se acomoda a tus machacados riñones de trotamundos sustituto y te ves incluso más alto y más guapo en el espejo. 

Cuando los pacientes tuercen el morrillo al sentarse frente a tu mesa olisqueando complicaciones con ese jovencillo precarizado, son respondidos con una expresión de infinita seguridad, y, en el más osado de los casos, con un "a partir de ahora yo seré su médico de cabecera" y una sonrisa de anuncio de Sanitas que extiende la tranquilidad de forma automática en la atmósfera de la consulta, y provoca un brillo alucinógeno en las pupilas de los pacientes, en las que te parece verte reflejado con un toque a Gregorio Marañón que no deja de favorecerte.

Sí, sí, no crean que exagero. Si no, pregunten ustedes por ahí.

Ese permiso de maternidad, esa pierna rota (qué desgracia más grande, madre, no quisiéramos el mal a nadie, pero a ver si tarda un poquejo ese callito de fractura) se trasforman por arte de magia en la apertura espontánea de las espuertas de todo nuestro arte. Y es que tenemos mucho, somos como unos Curro Romero encerrados con seis mansos que embisten nobles con los dos pitones. Hemos dejado de ser Platanito pidiendo una oportunidad y ahora sí que vamos a demostrar de qué somos capaces.

Y claro, somos jóvenes (éramos) y formados en un ambiente donde el más tonto hace relojes  (con las tripas de un paciente), así que allí sentados en el trono (no el del señor Roca, el otro), comienza a crecer en nuestro interior un gusanillo lujurioso que nos remueve, y nos remueve, y nos inquieta y nos perturba. Y molestos, como la pobre señora del anuncio de las almorranas, nos levantamos de nuestro sillon y gritamos a voz en pecho: ¡YO PUEDO CON TODO!

Por supuesto, sólo hemos tenido la ilusión de que nos hemos levantado y gritado, afortunadamente para nuestra salud mental, todo ha quedado controlado en el sistema límbico (¡qué a gustito!)

Mi aterrizaje, mis primeros pasos algo más estables en la Medicina de Cabecera fueron tal cual. Me sentí una especie de Guerrero del Antifaz, en la obligación moral de salvar a mis pacientes, incluso de su misma ignorancia. Me lancé a la expropiación de su salud como un ministerio de obras públicas construyendo una autovía. Todas las analíticas me parecían pocas, no había prueba pequeña: controlaremos vuestro colesterol, ¿te has mirado alguna vez la vitamina B, y la D? Esa osteoporosis que se abre paso; habrá que hacerte una espirometría con un test provocacion post-ejercicio, que suena que te cagas. ¿Y ese tiroides, es que nadie va a hacer caso a ese tiroides?

Que a su hijo adolescente sólo le gusta la PSP: no se preocupe, traigamelo y yo me encargaré de encauzarle. Que usted, fumador empedernido, es un bronquítico crónico que tose como un perro todas mañanas, venga cada semana a que le escuche sus roncus. Que usted, jovencita dismenorreica pasa dos días al mes sumida en el profundo dolor, aquí la quiero en mi camilla para valorarla y revalorarla, y rerevalorarla. 

Y no crean ustedes que necesito a más gente que a mi mismo para lanzarme a estas cruzadas expropiadoras. Con un pequeño ecógrafo la miro y la remiro lo que haga falta, usted traiga sus órganos sólidos y ya me encargaré yo de ultrasonidificarlos.
Unas lesioncitas en la piel: no tienen mala pinta pero será mejor que se las extirpe, quien sabe. ¿Azúcar? Eso se lo controlo yo en un pis pas: póngase los dedos como un acerico, pinche y anote, pinche y anote y traigamelo, que ya me encargo yo. 

Y claro, en esa lujuria desmedida, al jovencito Marañón empiezan a salirle unas feas ojeras y un rictus permanente de asombro: ¡oh, Dios de la Medicina! ¿Cómo a mi, amado hasta la veneración por mis pacientes, cómo a mi, oscuro objeto del deseo de aquellos desgraciados que soportan a otros médicos de cabecera y no les dejan cambiarse de cupo, cómo a mi, objetivo de las envidias más furibundas de compañeros menos avezados, se me puede estar desbordando mi consulta perfecta, mi paraíso terrenal de la medicina de familia, el sueño médico de Tomas Moro?

Y de ese Mar de los Sargazos  de la sobreprotección, del sobrediagnóstico y del sobretratamiento, no consigue sacarte más que un cambio de cupo con leyenda de fortuna y realidad de huida cobarde, y un vagar errante por el miedo a no querer caer de nuevo en viejos errores, pero siendo incapaz de la necesaria introspección para parirlos.

Y en ese miedo van pasando los días  y las consultas, hasta que descubres a unos cuantos pirados y algunas leturas herejes, y te das cuenta de qué pecador (y qué imbécil) has llegado a ser. Y entonces, como los antiguos franciscanos, te pones la túnica más raida, te calzas las sandalias más pobretonas, y te dispones a hacer voto de castidad médica aunque te conviertas para siempre, y para casi todos, en un pobre médico de pueblo.

El cuadro es la parte de la Mesa de los Pecados Capitales de El Bosco dedicado a la Lujuria (siguiendo la estela de la entrada anterior), conservada en el Museo del Prado de Madrid. Se observa como dos parejas dedicadas al galanteo no aprecian como un juglar está siendo azotado a su lado.

Abrazos e indulgencias.






1 comentario:

Juan F. Jimenez dijo...

Gracias por este nuevo capitulo tan ameno como instructivo y descriptivo, en el que se describen los pasos que, de una u otra manera, tal vez hemos dado todos los que estamos en esta bendita profesión y quizás también en otras caracterizadas por su gran componente vocacional: curas, maestros… toreros, etc.…
Lo de titularlo "lujuria" quizas es un acto mas de humildad o autocrítica tal vez no muy justa, pues en el fondo se trata de los rasgos propios de la etapa juvenil profesional, caracterizada por el exceso de energía, de ímpetu vocacional, de atreverse a ir contra el viento... en suma: de exceso de generosidad.

Se supone que es una etapa necesaria para pasar a otra, mas madura, mas real, y no menos fecunda, caracterizada por el equilibrio entre lo que podemos y queremos hacer, manteniendo siempre lo que nunca debe cambiar: lo que debemos hacer osea lo valores eticos.
Pero lo importante seria no caer en el desengaño y en la deserción profesional
Ya que tienes la suerte de trabajar en la tierra mas querida por al maestro G. Marañon exponemos algunas de sus palabras:

"Los médicos, cuando se nos ha pasado la hora de la pedantería juvenil, sabemos
que todas las enfermedades, las reales y las imaginarias, que son también muy
importantes, pueden reducirse a una sola: la tristeza de vivir. Vivir, en el fondo, no es usar la vida, sino defenderse de la vida, que nos va matando; y de aquí su tristeza inevitable, que olvidamos mientras podemos, pero que está siempre alerta."

“En verdad un gran médico es algo más que el triunfo profesional y social; es el
amor invariable al que sufre y la generosidad en la prestación de la ciencia, que han de brotar en cada minuto sin esfuerzo, naturalmente, como el agua del manantial.

Solo así se es dignamente médico, con la idea clavada en el corazón de que
trabajamos con instrumentos imperfectos y con medios de utilidad insegura, pero
con la conciencia cierta de que hasta donde no puede llegar el saber, llega siempre
el amor”.