Mete las manos en el pijama, levanta la cabeza y respira hondo. Dilata las alas nasales buscando la más mínima partícula, está seguro de que sería capaz de reconocer una dosis infinitesimal. Pero nada. Allí sigue sin llegarle el olor a mar.
Así que, cuando la realidad se pone cabezota, el levanta la barbilla y manteniendo los ojos cerrados, empieza asomar en su mente una bachata, y en sus recuerdos explotan las arenas blanquísimas de Boca Chica, el agua del color de las gemas, caliente como el baño de un bebé, encharcándole los pies morenos metiéndosele entre los dedos, hundiéndole al retirarse, como queriendo convertirle en parte indivisible de la playa.
Entonces vuelve a dilatar las fosas nasales y ahora sí, ahora reconoce indudablemente el salitre y la piña colada, y sonríe y empieza a mecerse suavemente porque la música ha tomado el control y está chorreando la humedad agobiante, quedándosele la piel brillante como un piano recién barnizado. Y deja los segundos en suspenso porque la ficción sabe dejar en pañales a la realidad cuando le da la gana.
Un coche frena ante la puerta, pero él se niega a romper el hechizo. Los portazos insisten en borrar la piña colada de su mano, el agua caliente de sus pies, el sudor de su cuerpo, la música de su cintura y sus piernas. Él lucha como los bravos, apretando los ojos y dilatando aún más las narices.
- Oiga, oiga. Que venimos de urgencia.
Mantiene la cabeza alta porque sigue en su Caribe. La música empieza a sonar a chicharras, el suelo es gris y basto.
- Oiga, ¿es usted el médico? ¡Que a mi novia le duele mucho el oído!
Ha soportado ya dos inhóspitos inviernos. El frío era para él una sensación buscada. El frío frío, él estepario, el inhóspito, el desagradable y cortante. Los pensamientos se le paralizaban en el limbo, y en el sistema limbico también. La primera bofetada le hizo hasta gracia, la segunda le desagradó como le desagrada la primera regañina a un niño mimado. Hubo entre medias un verano, pero supo de su existencia por las noticias, porque él lo pasó alternando aires acondicionados: de la consulta al coche, del coche a otra consulta, de la consulta al punto de guardia, del punto de guardia a otra consulta y los días de non, a un coche a pasear la calle de la capital a la hora de las putas y de los munipas chungos.
Alguien le había vendido que "no" era una palabra impronunciable para un morenito caribeño como él. Aunque igual se lo había vendido el mismo, tampoco estaba seguro, porque tocaba perseguir el sueño europeo, que es como el americano pero con menos parafernalia de banderas.
Pero este segundo verano aquello debía terminar. No reconocía la cara que veía en el espejo al levantarse. Buscaba y buscaba al joven al que su familia le hizo una fiesta el día que entró a Medicina en la Autónoma de Santo Domingo. Acudieron todos los vecinos de alrededor. Corrió el ron y la salsa y las risas y los bailes, y la gente le golpeaba la espalda como si fueran a desencuadernarle, y él se erguía tras cada palmetazo orgulloso de ser el primer médico que saldría del barrio. Y soñaba con trabajar en el dispensario de aquella zona de la ciudad, y que todos le saludaran al pasear o le invitaran al café de la mañana.
No sabía dónde habían quedado todos aquellos sueños. Igual no podían facturarse en el aeropuerto. Los de la Pedro Henriquez volaban a Miami a convertirse en traumatólogos o cirujanos plásticos, los de la UASD se asomaban al mostrador de Iberia, que debía ser más bajito que el de American Airlines.
Allí han terminado sus sueños, tristemente, como un aborto tardío. Allí, donde, para que el mar esté cerca, hay que recortar la silueta de Portugal. Porque allí, perdidos en la meseta, parecía más fácil encontrar tres o cuatro trabajos al mismo tiempo, porque hasta entre los precarios existe una gradación, y hay bastante dinero esperando si tomas la decisión de no tener vida, y de olvidarte de una vez para siempre tu vocación.
El timbre suena disruptor e hijoputa.
- ¡Oiga, que le he dicho que es una urgencia!
Inspira profundamente por última vez. Ya no queda ni rastro de salitre. La ficción será la leche, pero la realidad, como la muerte, solo tiene que sentarse a esperar.
- Perdone, pase.
Imagen de la playa de Boca Chica, la más cercana a Santo Domingo, en la Republica Dominica.
3 comentarios:
Mi hija llorando porque no sabe si podrá estudiar enfermería, y yo sufriendo por no saber si sería lo más adecuado ahora mismo.
Pero pienso, quién soy yo para destruir sus sueños? Y como madre, la animo a que luche por lo que tanto desea.
Un abrazo y buen verano
Bueno, M. Paz: no soy de consejos, pero los sueños, por duros que nos parezcan a los padres y las madres, son la salsa de la vida. Imagínate una vida sin ellos, quién la soportaría.
Todo el mundo tiene derecho a pelear por sus sueños e intentar forzar la mano de la realidad.
Gracias por el comentario. Un saludo
Gracias, estamos en lista de espera. A ver si entra en la siguiente convocatoria. Y lleva usted razón, todos tenemos derecho a pelear por nuestros sueños. Seguiremos informando. Gracias
Publicar un comentario