lunes, 4 de mayo de 2015

Existir es apostar a no perder?

Que vinieran los dos juntos a la consulta era un hecho excepcional. Por eso me sorprendió verles entrar esa tarde de primavera precoz repleta de pólenes y estornudos. Yo acababa de poner en marcha mi gran proyecto de musicoterapia,  consistente en ponerme en el ordenador una lista inacabable de música relajante a un nivel apenas audible, pero que creía ingenuamente contribuía a amansar a las fieras interiores, exteriores y hasta las mediopensionistas. Estaba en un momento realmente malo de mi vida profesional, atascado en un turno de tarde que me consumía el amor por la medicina de cabecera al mismo ritmo que crecía mi primer hijo, y cagándome cada noche al terminar en la madre que parió al que inventó la conciliación familiar sin tatuaresela a fuego en las nalgas a algunos políticos y gestores.

Pero eso es otra historia. Volvamos a la tarde trufada de moqueo líquido y canciones de Kenny G, y a aquella pareja de cincuentones que se sentaban delante de mi mesa. El traía una mirada entre asesina y ausente por encima de su bigote de comunista de preguerras que presagiaba rayos y truenos. Ella le lanzaba miradas como saques de McEnroe cabreado, que a mi me iban preparando para lo peor. En realidad me hacia una idea de sobre qué versaría tamaña consulta, y ojeé preocupado la lista, temblando por lo que aún me quedaba fuera y deseando, sí, lo reconozco, que el grueso fueran mecánicas y salvadoras recetas (qué futuro tan disparatado me parecía entonces la existencia de recetas electrónicas)

Ella había venido un par de veces a la consulta preparando el terreno. Me di cuenta por sus miradas, sus gestos, o sus silencios, que valoraba la sensibilidad que podría yo desplegar, que validaba mi empatía antes de lanzarse en paracaídas. Sí, yo llevaba unos años en el pueblo y me había labrado fama de buen escuchante, empujado por mi aversión al pastilleo, era la única opción que se me ocurría en un maremagnum de desarreglos sociales, económicos, laborales. Y eso que aún no nos mordía la crisis económica, pero pellizcaban la soledad, la incultura y el desapego, y como las cuarenta en el tute, no joden pero atormentan. En fin que ella me probó como si fuera un echador del tarot de tele cutre de madrugada, y debió gustarle la experiencia, porque allí estaba al lado de su marido, esperando a que la diera pie con alguna de mis frases de médico bien educado.

Yo volví a ojear la lista de Schindler, que volvió a parecerme eterna, y, acorralado, solté el ocurrentísimo: bueno, pues vosotros me diréis, que me quedó como el culo. Aquello desató la torrentera. Al principio, tibias acusaciones de falta de entendimiento respondidas con meneos morsianos del bigotón, y despacio pero sin pausa, frases cada vez más hirientes que el silencio y los vaivenes del mostacho inflamaban como si Homer Simpson encendiera una barbacoa. Yo dejaba hacer, aunque subía iluso unos puntos el volumen de la música, pero aquel acorralamiento empezaba a semejarse a la caza de la foca por apaleamiento (la imagen me ha venido sin querer, qué le vamos a hacer) así que me pareció oportuno meter una pequeña cuñita.

- ¿Y tu qué tienes qué decir?- Tardó un tanto en hablar, porque aún le cayeron dos o tres interjecciones del tipo de ¡eso! ¡habla! ¡a ver que milonga cuentas ahora! que tampoco es que ayudaran  demasiado a la armonía, pero finalmente aquella boca invisible soltó su ración de olvidos, desaires y cuitas que habían acumulado polvo y rabia durante años.

Recuerdo el relato con el que pretendía ilustrar, y vaya si lo hizo, su queja sobre el abandono sexual en que vivía hacia siglos. - Doctor, ¿sabe lo que me dice si le digo que se venga a la cama a hacer el amor? Veté yendo tu y te la vas cascando que yo estoy viendo este programa de la tele. Cuando termine ya si eso voy. 

Supongo que la historia os estará dando una idea del miura que me tocaba lidiar aquella tarde. Para entonces, ya tenía claro que ni toda la música de la sección chillout de El Corte Inglés , vamos, ni unas camas balinesas en una playa de Ibiza me iban a valer para nada. Así que, primero me maldije por no ser el típico médico amargado al que no le darían ni los buenos días, y después, arremangandome el alma, me dispuse a sacar el arsenal de buen rollo que tenía hace diez años (algo quedará aún por ahí, tranquilos).


- ¿Cuánto tiempo hace que no habláis el uno con el otro de algo que no sea vuestros hijos? - Se miraron  (como diría Sabina) como dos desconocidos, abrumados por la respuesta que no me dieron. - Siento decirnos que sois unos perfectos extraños el uno para el otro. Ya no sois capaces de reconocer a ese morenazo ni a ese pibón que os enamoraron. Sólo tenéis dos opciones: o volvéis a salir juntos, o tal día hizo un año. 

Y me quedé tan pancho oyendo un bolero que lloraba en aquel momento desde los altavoces de mi ordenador.


Al médico de cabecera le manchan las babas que nos chorrean en las almohadas mientras dormimos. El médico de cabecera no siempre encuentra el diagnóstico en el CIE-9, porque la vida suele venir más emborronada que como escriben Harrison y sus chicos. Pero el médico de cabecera a veces se mancha los pantalones de lodo, no puede evitarlo. Nos decimos una y otra vez que no debemos implicarnos, que somos médicos, no terapeutas, sexólogos, confesores, camareros de puticlub, peluqueros, porteras, y hasta fontaneros. Pero a veces, tantas, lo somos.


Hoy sólo quería reflexionar sobre la dificultad de permanecer al margen cuando los años se acumulan en medio de un grupo de gente que ríe, sufre, goza, muere, folla, miente, traiciona y ama. Así que hoy, hay pocas referencias bibliográficas, si acaso, esta reciente que liga el divorcio al incremento del riesgo de infarto, sobre todo en mujeres, vaya por Dios con las jodidas discriminaciones. Y encima, ni siquiera se arregla con volverse a casar. Aunque, ya se sabe, aquello tan manido de "para lavar calzoncillos a otro"

En realidad, me apetecía contar una historia de desamor. ¡Quien puede resistirse!

El título de la entrada es de la excelente canción del maestro, don Luis Eduardo Aute.  Aquí os la dejo interpretada por ese otro genio que es Pablo Milanés, en el disco homenaje que le dedicaron hace años  y que por motivos personales ha sido clave en mi vida.


























2 comentarios:

Afrontando la lesión medular dijo...

Pues este Post me ha hecho recordar la paradójica situación de estos amantes que conocí hace un tiempo

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/02/28/actualidad/1362066649_897803.html

Carlos Alberto Arenas dijo...

Abrazo crack!