lunes, 29 de agosto de 2016

48

El verano, la playa, el chiringuito. Sí, ya se que nuestra sociedad ha evolucionado, que reniega del alfredolandismo que pasea por la playa dejándose los ojos en las nórdicas, del Meyba fragiano y los bocadillos de pechuga de pollo envueltos en papel Albal para que no se llenen de arena. Ya se que las playas del siglo veintiuno están repletas de tatuajes realzando deltoides del Schwarzenegger de Terminator 1, de lipoescultura abdominal ronaldiana, de minibikines copacabianos, de trikinis, pamelas y gafas de Michael Koors.

Ya se que hasta está pasado de moda decir que vas de vacaciones a la playa, que queda mucho más chic apretarse un crucero por los fiordos noruegos, echarse unas instantáneas en Picadilly o marcarse una ruta 66 en Cadillac, si puede ser, de los que llevan unos cuernos enormes en el radiador. 

Sí, se todo ésto, basta con tener ojos en la cara, o un smartphone, que, a día de hoy, es un sustitutivo genial de las retinas. 

Y sin embargo, año tras año, esa trilogía inseparable, ese trino verano, playa, chiringuito, se reinventa como una iglesia postconciliar, y la arena reencuentra mi sombrilla, mis sillas, la bolsa con los cubos y las palas, las colchonetas y las chanclas. Y yo vuelvo a ser Alfredo Landa, el ministro en Palomares y hasta Chanquete y su alegre pandilla cantando el "No nos moverán".

El chiringuito, con sus grifos de cerveza fría y sus aceitunas saladas mezcladas con la arena de los dedos tiene algo de oasis. O mucho. Y puede que nos venga de nuestros setecientos morunos, o de que las cañas no tienen numerus clausus, pero el caso es que las conversaciones fluyen en una mezcolanza de acentos en esa convivencia constitucional de verano, playa, chiringuito, que ya quisiéramos que se prolongase fuera del paraguas protector de esta santa Trinidad. 

Y en esas conversaciones se cuelan inevitablemente las moscas y los problemas de salud. Y si hay algún sanitario cerca, pues es como si hubiera cerca una buena boñiga caballar: ni las moscas ni las hernias discales, ni los míomas, ni las depresiones, ni las apendicitis, ni las piedras en las vesículas pueden resistirse. 

Así que andaba el lúpulo haciendo de las suyas y los chanquetes revolviéndose con los huevos fritos cuando una broma tonta sobre las próstatas cambia el gesto de mi compañera de mesa que me susurra de medio lado: "no trates ese tema que andamos muy sensibilizados".

Me cuesta resistirme a rascar el caparazón de estas sensibilizaciones sanitarias, así que indago cuidadoso y obtengo pormenorizaciones casi de inmediato:

-"Le han dicho que tiene 48 de próstata y está súper preocupado"
-"¿48?"

El aludido no se resiste a explicarlo, al fin y al cabo, cuando tratamos de órganos internos, y más de los de los bajos fondos, lo mejor es la primera persona. 

-"Es que operaron a mi padre y me dijeron que tenía un componente genético muy importante y que sería bueno que me hiciera una ecografia y un PSA. El PSA lo tengo perfecto pero la próstata tiene 48 centímetros cúbicos. Así que el médico me dijo que todo estaba bien, pero que mejor fuera al urólogo. Y el urólogo me dijo que basta con volver a verle cada año para que me pida otro PSA". 

El speech termina casi al mismo tiempo que mi cerveza, y es obvio que me hace falta que el camarero se de prisa en traerme la siguiente porque mi pequeñísimo cerebro de médico de pueblo rechina como un cuatro latas tuneado. 

Cuando llevas diez días de vacaciones estás en el límite entre bambolear la cabeza complaciente como un perrillo de salpicadero o recuperar las ansias mesiánicas y docentes y enseñar a toda la humana humanidad a vivir sin pensar en sus ridículos cincuenta centímetros cúbicos infravesicales. Y el dejarte caer de un lado u otro de la frontera no se sabe muy bien de qué depende. 

Y aunque el hecho de que haya un urólogo en la misma mesa no suele resultar un aliciente, porque la opinión de un médico de pueblo interesa solo a la madre de los chanquetes de la bandeja, uno no puede resistirse ante la imagen de ese chaval que conociste en la primera juventud, y que antes de la cincuentena ha sido empujado a peregrinar año tras año al sorteo extraordinario de un antígeno cada vez menos específico y más atemorizante. 

Total, por unos miserables 48 centímetros cúbicos. Claro que, con un par de centímetros cúbicos más, Ángel Nieto se convirtió en una leyenda del motociclismo. 





2 comentarios:

Juan Antonio García Pastor dijo...

Acabo de mirar que el volumen normal de la próstata es de 20 a 30 cm3.
No lo sabía.
😨😨

isabel dijo...

Eres genial para sacar lo extraordinario de lo diario.....Besos,Landa