domingo, 11 de junio de 2017

Pasaba por aquí

Son las dos de la mañana y estoy agotado. Arrastro una semana de trabajo y ese pequeño festín de los sentidos que es despertarse por el canto de los pájaros en lugar de por el arpa del iPhone el sábado tendrá que esperar a mejor oportunidad.

No está siendo una guardia excesivamente dura. Todos los bichos del mundo parecen empeñados en picotear las extremidades de los lugareños, que han olvidado las enseñanzas de sus abuelos porque quedan antiguas en la moderna era tecnológica del pinchazo de Urbason y hoja de urgencias. Las fiebres se ceban en los infantes sintiéndose en su salsa en los cuarenta grados a la sombra de la estepa castellana y se ríen juntas de Apiretales y Dalsys rojos y naranjas. 

La vida sigue igual. El termómetro se lleva por delante a los antihipertensivos que provocan más borracheras que el anís de El Mono, y a los ancianos demenciados a los que se les secan las faringes y se olvidan de tragar, o si lo hacen están abocados al terrible castigo de la aspiración bronquial.  

Pasan las horas como si tuvieran ciento veinte minutos. Ya ni se respeta la canicula de las cinco de la tarde, reposar la cabeza y cerrar los ojos es una utopía que la chicharra del timbre se encarga de asesinar antes de que nazca. 

Casi todos los compañeros que conozco en similares circunstancias alargan las últimas horas de la madrugada esperando el timbrazo final como quien espera el "podéis ir en paz" de la Misa. Y suele llegar inevitablemente, como la lluvia que se hace de rogar en otoño. 

Luego arrastrando los pies nos metemos en la cama con un cansancio extremo que no quiere dejarse sin repasar ni un solo músculo, y que, tarde o temprano, nos arrastra a una inconsciencia superficial y miedosa. 

A las dos vuelve a sonar el timbre. Hay malos sueños tan reales que son la realidad. Los zuecos están en algún lugar de las profundidades oscuras de la habitación y los pies pesan como si por error nos hubiéramos puesto las botas de plomo de un buzo. 

Cuesta enfocar, pero en la puerta esperan padre, madre y preadolescente, bien vestidos y peinados, en contraste rabioso y vergonzante con el pijama arrugado y el pelo desordenado de enfermera y médico. 

-Al niño le duele mucho la garganta desde esta tarde. Estuvo tomando antibiótico hasta hace tres días pero hoy le ha vuelto a doler y como no se le pasaba con el Espidifen que le hemos dado, le hemos traído por si el antibiótico no ha sido efectivo. 

-¿Te dolía tanto que te ha despertado y te has levantado de la cama para venir?

Me gusta hacer esta pregunta en verano, porque aunque se la respuesta, no puedo evitar el placer malsano que me da escucharla. Masoquismo será.
El padre sonríe con sonrisa franca, como si estuviera a punto de invitarme a un cubata. 

-No, -responde. - Estábamos cerca en una terraza y como pasábamos por aquí...

Entonces me vuelve todo el cansancio de golpe, como si me hubiera puesto un abrigo de tedio, y recuerdo una guardia hace dos mil años, las fiestas de un pueblo, un descanso brevísimo estirando las piernas y el cerebro sobre el camastro, interrumpido aún en el limbo de la consciencia por un sujeto sonriente que sujetaba en la mano un vaso de tubo con los hielos medio desechos tintineando al moverse, y que me cuenta arrastrando un poco las palabras cómo lleva más de dos semanas con un terrible picor en el comprometido orificio de desagüe posterior, y que, aprovechando las horas y puesto que pasaba por la puerta, le había parecido la gran idea del siglo venir a mostrármelo a mi. 

Solvento la papeleta actual con la profesionalidad que me faltó en aquella ocasión más juvenil y sanguínea, y despacho a los paseantes con la muletilla del paracetamol y el agua después de haber gastado un depresor y media neurona, cuando suena el teléfono y nos marchamos a tratar de remediar lo que pocas veces tiene remedio. 

¡Qué cansadas se hacen a veces (siempre) las guardias!





2 comentarios:

Juan Antonio García Pastor dijo...

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Ni importante, ni urgente.
Eso es lo que me parece más cansino, no las guardias.
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Además, no veo que sea el momento de educación sanitaria o información del uso adecuado de los servicios.
Ahorro al maximo mi tiempo y mi energía.
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Y cuando me pregunta mi compañero de guardia:
"¿Por qué no le dijiste nada?".
Le contesto habitualmente:
"Entre antes acabo, antes acabo" .
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Calinela dijo...

Yo cuando hacía guardias de hospital y de primaria tenía siempre la misma sensación, a veces me pensaba camarera
"-le pongo un paracetamol o prefiere un nolotil?
-póngame paracetamol pero me lo acompaña con un suerito, que siempre me sienta bien. (Y faltaba decir -Y si me saca un electro, para acompañar, mejor, que me gustan mucho.)"
En fin...