lunes, 18 de junio de 2018

Vergüenza

No se cómo escribir esto. No se siquiera si debería escribirlo. Pero años de creer que las palabras ayudan a digerir los sentimientos me empujan, me fuerzan la mano. Así que ahí está la hoja en blanco y el gañote reseco y anudado en la amargura de las lágrimas que prefieren el camino del esófago antes que el de los lacrimales.


Las cosas pasan siguiendo ese insondable y puñetero camino del destino; una noche te vas a la cama, te despiertas cagándote en los muertos del arpista que grabó la alarma del iPhone. Mientras empiezas a preparar el desayuno a los chiquillos recuperas al móvil para la vida y entonces salta el mensaje que llevaba un rato esperando y que transforma un día cualquiera en un día que nunca debería haber existido.

- Llámame, ha ocurrido una desgracia.

No consigues encajar las piezas en el batiburrillo de neuronas aún por conectar. No entiendes que pasa, pero la palabra desgracia a las seis cuarenta de la mañana deja en pañales el cubo de agua helada del desafío aquel. Encuentras su número sintiéndote el tipo menos tecnológico del mundo y cada tono de llamada se convierte en una invitación a la taquicardia paroxística.

Su voz tiembla ligeramente, pero consigue articular las expresiones con una serenidad impropia de quien ha visto el horror más absurdo desencadenarse frente a ella, y de quien ha rezado escondida bajo el salpicadero de un coche mientras escuchaba el machete clavarse en las tripas de la chapa blanca del pequeño Peugueot.


Explica con detalle los tiempos, revive esa conversación un segundo antes de abrir la puerta, ese impulso irrefrenable de ayudar que escondemos quienes nos lanzamos un día a esto con un polo amarillo con un logo vistoso, un maletín repleto de cachivaches y la ilusión inconsciente de que nuestro deseo de ayudar nos servirá de escudo infranqueable que detendrá las cuchilladas y los palos, las balas y los golpes.


Una ilusión incosciente, sin duda.


Cuesta trabajo articular palabra en esa cocina a medio despertar, en pijama y con los ojos aun legañosos. Porque las imágenes bloquean los circuitos y como por arte de magia, todo en el cerebro se vuelven instantáneas con sus risas, sus bromas, sus historias del desierto, donde la arena y el calor se mezclaban con el agradecimiento y el valor que muchos sabemos que nunca seríamos capaces de encontrar ni aunque no tuviéramos cinco mil excusas que él y tantos como él fueron capaces de superar.


Cuesta trabajo articular palabra, pero al final le preguntas que cómo se encuentra y es ella la que casi tiene que serenarte a ti, desde el subidón de adrenalina que debe provocar ver la tormenta de la muerte desatada tan de cerca, con ese afán que pone a veces por atropellarnos, y haberla conseguido hacer un corte de mangas de los que te dejan dolorida la flexura del codo.Y te parece increíble que haya sido capaz de encontrar el coraje para colocarle un guedel y encontrarle en el brazo inerte una vena por donde empezar a devolverle algo de vida a quien no se merecía dejársela en un charco de sangre en medio de la calle de un pueblo cualquiera.


Cuando al fin cuelgas, dejas caer los brazos como si te hubieras metamorfoseado en un Sísifo que sintiera de repente sobre sus hombros el peso de la jodida piedra. Aunque crees que no serás capaz, le haces un resumen de lo ocurrido a tu mujer, donde casi hay más tacos que contenido, pero que resulta suficiente para que ella se siente en una silla cabeceando y con los ojos encharcados.


Sólo pasan unos minutos antes de que el teléfono empiece a echar humo. Casi lo agradeces, la vida, empeñada en no detenerse a pesar de que pudiera parecer obligada, te empuja a la acción, y en la acción uno se encuentra cómodo, seguramente porque nos sirve para sentirnos vivos. Pero en la pausa se encuentran los recuerdos, los que nos devuelven a momentos en los que debimos ser cautos y fuimos osados, en los que debieron apoyarnos y nos dejaron solos, en los que pudimos ser víctimas y al final fuimos héroes, al menos para nosotros, porque volvimos a casa y besamos a nuestros hijos. En la pausa se encuentra la conciencia del riesgo, de la soledad, del sinsentido, del deber llevado a la gesta, de cobardes siendo valientes y valientes siendo locos.


En la pausa se encuentra también la vergüenza. Te excusas diciéndote que es lo normal, te perdonas escuchando las voces somnolientas de tus hijos respondiendo a tus llamadas, te dices que eres humano, y eso es algo a lo que nunca estarías dispuesto a renunciar. Pero el espejo del baño en el que al final te reconoces, vuelve a escupirte la vergüenza, la que sientes cuando reconoces en tu interior ese alivio indescriptible que te provoca el no haber estado tú esa noche de guardia.


Dedicado con todo mi cariño a mi compañero que lucha por su vida tras haber sido brutalmente agredido cuando sólo quería ayudar, y a mi compañera que escapó de milagro, tuvo el valor de auxiliarle posteriormente y recrea una y otra vez las imágenes en su cabeza.

A ambos, les deseo la más pronta y feliz de las recuperaciones. 














11 comentarios:

chan dijo...

Ánimo en este doloroso e incomprensible episodio en el que se ha visto tu compañero. Es una situación de peligro que aunque con menor repercusión todos los que hacemos domicilios nos encontramos o nos da miedo encontrarnos. Cuando vas a casa de alguien que no conoces puedes encontrarte cualquier cosa, menos mal que estás situaciones son las menos veces. Ánimo de nuevo compañero!!

Rosa Taberner dijo...

Mucha fuerza, Raúl. No hay palabras :-(

Ángeles Jiménez dijo...

Mucho ánimo para todo el equipo, y especialmente para él para que la fuerza de todos los que nos dedicamos a esto le ayude a recuperarse.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Seguimos pensando en vosotros. Bonitas palabra hacia la compi enfermera. Te doy las gracias como parte del gremio. Gracias Raúl.

Dora Bejarano dijo...

Todos estamos con vosotros. Todos somos vosotros.Gracias por vuestro valor y enteteza

Unknown dijo...

Estamos con vosotros. Es vergonzoso que pasen estas cosas.

Raul Calvo Rico dijo...

Gracias por vuestras palabra en nombre de mi compañero, mi compañera y todos los demás que debemos seguir adelante.

Anónimo dijo...

Todos en algún momento tenemos ese miedo pero seguimos adelante por nuestros pacientes, aunque a veces las ganas sean pocas. ¡Animo y una pronta recuperación!. Sin nuestr@s compañer@s enfermer@s seriamos la mitad.

isabel dijo...

Sin palabras
Un abrazo muy fuerte a ti y a tus compañeros

Anónimo dijo...

Leyendolo las lagrimas se van a los ojos. Y mañana todos nos tendremos que levantar a enfrentarnos con esas situaciones para los que no estamos preparados, para ayudar a los que tal vez nos agredan. Es una vergúenza y un sinsentido. Mucha fuerza y ojalá se recupere tu compañero, y tu compañera consiga seguir siendo tan valiente. Mucho ánimo.

Juan F Jimenez dijo...

No sabia que era tan cercano y por ello tan doloroso. No hay palabras , tan solo nuestro compartido dolor, nuestras oraciones y con ello los mejores deseos de recuperacion animo y esperanza para nuestro compañero y su familia