lunes, 10 de agosto de 2015

Los pecados capitales 6: la envidia

Envidia: tristeza o pesar del bien ajeno. Emulación, deseo de algo que no se posee. 
Diccionario de la Real Academia Española. 23ª edición. Octubre 2014.

¡Ay, la envidia! Hablar de la envidia en un blog de un español, y no irse a los 150.000 caracteres sin espacios es tan difícil como que mi madre sepa decir a sus amigas cual es la especialidad que hizo su hijo el médico. Al final, la mujer termina diciendo que es médico en un pueblo y ahí lo deja, sospecho que con un deje de vergüenza y... ¡anda! con envidia de la que dice que el suyo es cirujano en el hospital donde operan al rey.

En fin. La envidia es el ancla que arrastramos por la senda que nos lleva a la felicidad. Si finalmente hemos consensuado con los gurús de la espiritualidad (y conociendo el Nepal sólo por Españoles por el mundo) que la felicidad es disfrutar de lo que uno tiene, la envidia viene a meternos el dedo en el ojo de nuestro camino zen. A joder la marrana, vamos, en román paladino.

Así que, hallándome como me hallo a estos mis cuarenta y tantos en estado de felicidad, sí, como suena, y sin necesidad de ser mucho más explícito, pues, ingenuo de mi, creí que me costaría escribir sobre esta toca pelotas. Pero, no. No. En la breve reflexión previa al tecleteo, ya tuve que decidir centrar el tema en la Medicina y adláteres, para no caer en el terreno mas mundano de mis entretelas. Ustedes me comprenderán.

Y antes de lanzarme a relatar mis envidias médicas, versión abreviada, no se preocupen (la versión del director da para una novela y de las gordas) quiero dejar claro que no se trata aquí de hablar de esa estupidez que nos hemos inventado para justificarnos, la envidia sana (ya se sabe, añada usted salud a cualquier cosa, y manita de chapa y pintura, como nueva). Hablaremos de envidia de la de verdad, la humana, la que huele, esa.

Aterrizar en la Facultad y la primera en la frente. Resulta que allí había un ciento y la madre de hijos de médicos, chicos y chicas que llevaban mamando desde la cuna la filosofía de esta profesión, que habían visto a sus padres llegar a casa ojerosos y sonrientes, agotados y satisfechos, que habían oído anécdotas emocionantes, divertidas, tristes, que habían adivinado entre líneas el traje de súper héroe de su padre o su madre. Yo, ni por el forro. Mis tratos con la Medicina se limitaban a las visitas del pediatra (sí, antes iban a tu casa cuando estabas fatal, increíble, ¿verdad?) y pare usted de contar. Afortunadamente crecí en una familia "desmedicalizada", de las de vacunas y se acabó. Con cinco hijos, había poco tiempo para pasar el día en la consulta y mi madre aun no se había dejado expropiar su capacidad de cuidar a sus vastaguitos. Mi llegada a la Medicina fue la evolución lógica de un tipo listo al que se le daban bien las ciencias pero le encantaban las letras: una ciencia humanística.

Luego vino la envidia de esos fieras capaces de sacar una notaza en el MIR y poder así elegir la especialidad que querían. Yo, maniatado por mi complejo de inferioridad, que en realidad no era mas que una constatación de capacidades, apenas me esforcé en prepararme, allí me presenté y, en un golpe de fortuna, en una lotería de esas que no sabes que te ha tocado hasta que pasan los años, me encontré residente de medicina de familia.

Y podemos añadir la envidia de tener un trabajo de sólo tres año fijos,  mientras mis amigos tenían cuatro o cinco, que terminaban casi siempre en contratos en sus servicios, el que no lo complementaba con trabajitos en las privadas (eran otros tiempos, menos precarizados en los hospitales), y yo desaguando en un mercado saturado por una bolsa de médicos que durante años había quedado excluidos de la élite MIR, pero se ganaban las habichuelas en el mercado libre de la Atención Primaria.

No, no tenía envidia de sus especialidades, todas me parecían excesivamente cortas de miras, no me veía a mi mismo restringido a una sola faceta de la Medicina, es una cuestión de gustos, que no se me enfade nadie. Pero ese brillo social de cualquier especialidad hospitalaria, esas preguntas de "¿en qué hospital trabajas?", esas insinuaciones de si me quedaré para siempre en el pueblo o ascenderé a trabajar en el hospi. He sentido una especie de envidia de clase que me ha costado aprender a desterrar.

La lista de envidias, ahora que la desgrano, no solo me avergüenza, incluso me asusta. En fin, dejémoslo aquí. Yo ya me he embarcando en el camino de la felicidad. Lo he hecho desenganchándome los anzuelos que me lanzaba la envidia dichosa, y os aseguro que se camina mucho más ligero. No digo que no me pinche de vez en cuando, a quién no, solo faltaría que tuviera que andar detrás de mi la Congregación para las Causas de los Santos. Que estén tranquilos, que este pecador, seguro que seguirá pecando.

En esta ocasión, El Bosco, representa a la envidia en La Mesa de los Pecados Capitales (Museo del Prado. Madrid) con una pareja de enamorados (un burgués que intenta seducir a la mujer de otro) dos señores (un mercader que mira a una joven noble que lleva un halcón en el puño) y en la calle, dos perros con un hueso. (Wikipedia)



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