lunes, 1 de octubre de 2018

El profesional

Raúl Calvo Rico 

La sala de espera está abarrotada, pero abarrotada al estilo de la famosa escena de Lo que el viento se llevó, la de la estación de tren repleta de soldados confederados heridos, agonizantes en el suelo. No puede evitar que se le venga la imagen a la cabeza, cosas de su cinefilia. Hay personas agarradas a pies de goteo como si fuera su particular comunicación con el más allá, moviendo la cabeza de la botella de suero hacia las médicas que recorren la sala, de ellas a las enfermeras y de éstas a los otros enfermos y de ahí otra vez a la botella de suero, que no sea que aparezca por esos tubos de plástico alguna de esas burbujas de aire que usaban en las películas de espías para matar los malísimos. Otra vez la cinefilia, qué le vamos a hacer.

El barullo es en realidad una especie de murmullo que sirve de base a algunos ayes distónicos, a varios "señorita" estentóreos, a roncus espiratorios y estridores inspiratorios y a trasteo de cacharros y ruedas de sillas poco engrasadas y desganadamente empujadas. Es un megamix de miserias humanas de puta madre.

Para ella es la primera vez. Y para quien no ha visto tanta calamidad junta, no deja de ser impactante. Ella, por lo menos, había atravesado las puertas del paraíso con una carta de recomendación que parecía haberla salvado de las miradas hoscas que reconocía a su alrededor en otras bienvenidas. Pero a la hora de la verdad la había llevado al mismo apeadero que al resto de los mortales. Así que allí estaba, con su correspondiente cañería de pvc enchufando material del bueno para aliviar ese perro que le mordía el costado derecho cuando le daba por cabrearse y pretendía empujar por un estrecho y espasmódico uréter una dichosa piedra que daba por saco de una forma absolutamente desproporcionada con su ridículo tamaño.

El anciano que estaba a su lado había hecho un par de intentos de entablar conversación, pero había sabido retirarse a tiempo cuando el latigazo se empeñaba en golpearla como si fuera el amo de Kunta Kinte un año de mala cosecha, cosa que le había agradecido porque tenía las mismas ganas de charlar que el pobre esclavo tras la extirpación del juanete que le hicieron en su día. Pero el abuelo era perseverante y parecía tener todo el tiempo del mundo, así que cuando la droga le permitió relajar el rictus, ya no hubo quien detuviera a la bestia.


- Cómo se nota que te está haciendo efecto el Enantyum que te han puesto, hija. Es que va fenomenal. A mi, cuando vengo por las contracturas que me dan en el cuello, me lo ponen en el culete y me dejan nuevo. Es verdad que te altera un poquejo el sintrom, pero en la zona de trauma tampoco se andan con muchas contemplaciones. Yo ahora estoy esperando que me lleven a hacer la radiografía de la rodilla. Lleva dándome guerra varios meses. Mi médico de cabecera no está por la labor de mandarme a hacerme la radiografía, siempre dice que seguro que tengo mucha artrosis y que no va a estar radiándome cada dos por tres. Se empeña en vendarme y hasta me ha infiltrado dos veces, pero esta vieja cacharra protesta como una condenada, así que, aquí me tienes, que por lo menos me ve un traumatólogo. Ahora me llevarán a hacer la radiografía y con un poco de suerte me adelantarán la cita que me dieron para dentro de seis meses. Tengo un vecino que dice que le hicieron la resonancia en urgencias, pero mi médico me dijo que eso era un farol que se había tirado conmigo. Yo, por si acaso, me he venido para acá. Eso sí, aquí hay que venir con tiempo. 

La enfermera ha pasado a su lado como un rayo, y le ha cambiado la botella minúscula por otra de mucho mejor aspecto. Ha derrochado profesionalidad, y un asombroso control de la situación, dando largas a dos soldados confederados con aspecto de estar sanos como una manzana pero cabreados como monos, mientras reconectaba tubos y se marchaba al ritmo de un cambio de ruedas en el box de la fórmula uno, pero con tijeras y esparadrapo asomando por el bolsillo de la camisa del pijama.

- Esa es de la vieja guardia.- El anciano hace un gesto con la cara, reiniciándo las confidencias.- A mi, una vez, le costó cuatro pinchazos encontrarme la vía, dos en cada brazo. Pero estaba empeñada, porque además tenía una alumna mirando y yo notaba como se iba encabronando cada vez que se me rompía la vena. Así que ni se te ocurra preguntarle por tus análisis que como no haya cenado todavía te mete un bufido. Fue una vez que llevaba dos semanas con dolores de tripa, y mi médico que si el estreñimiento, que si coma más fruta, en fin, que le cuesta un mundo mandarte una pastilla para los gases y para hacer bien la digestión. Así que me vine y hasta escáner. Ese día tuve suerte. No se qué vieron en la radiografía, tampoco es que me dijeran mucho, la chiquita que me llevaba acababa de dejar la leche de crecimiento. Anda que no se les nota a las pobres, tiene más miedo que un novillero. Pero yo las tranquilizo y las digo que adelante, que no se corten, que me miren y me remiren todo lo que necesiten, que para eso estamos, faltaría más, hay que ayudar a a juventud a que aprendan. Al final me mandaron para casa con unas pastillas para los gases fenomenales, aunque mi médico torciera el morro cuando me tuvo que hacer la receta al día siguiente como si le hubiera dado un ictus. 

Los ritmos en la sala no se detienen. Cada pocos minutos entra una de las médicas jóvenes, se lleva a alguien y se cruza con la entrada de un par de almas que viene a rellenar el hueco, dividiéndolo en plan mórula hasta la reducción infinitesimal del espacio, y la multiplicación del tiempo.

- Mira, creo que ya vienen a por mi. Ese alto es el celador de rayos, y me parece por lo que he estado contando, que ya es mi turno. El traumatólogo que está hoy me gusta, no tiene en los ojos esa mirada del tigre del quirófano de los mas jóvenes, que llevan la urgencia como una condena en el penal de Ocaña. Este se toma su tiempo. Es verdad que también se lo toma para verte, pero cuando arranca, igual te llevas el premio gordo del volante para la resonancia. Mira, acaba de decir mi nombre. Sí, aquí. Bueno guapa, ten paciencia que en esta época del año acaban de llegar los R1 y todo se ralentiza. A mi una vez me tuvieron dieciséis horas porque el adjunto era de los tiernos, pero estaba viciado con el cacharro de las ecografías, que no veas el tío como lo maneja, y estaba empeñado en ponerme el micrófono en la tripa para verme el páncreas y la vesícula, que llevaba yo todo mayo con unos amargores qué p'a qué y lo único que se le ocurría a mi médico era prohibirme los huevos y la leche, hasta que me lié la manta a la cabeza y me trajo mi hijo para acá y, como te decía, el pobre venga a intentar ponerme el aparato, y los cachorros a su alrededor acojonados sin dejarle respirar un minuto, hasta que el hombre vio la luz y me pudo por fin ver la dichosa vesícula, que por cierto la tenía como la patena, si es que yo no he comido guarrerías ni he estado gordo en mi vida. Bueno, hala hija, que te sea leve. Igual cuando vuelva de rayos ya te han dado el alta. Que no sea nada. Igual te veo por aquí otro día. Sí, sí, con cuidado majo, que esta silla es de las que se tuercen a la derecha, a ver si compran nuevas que no hay derecho...










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