domingo, 28 de mayo de 2017

La decisión de Sophie

Sophie mordisquea la capucha de su boli BIC en un gesto inconsciente que arrastra desde el colegio de monjas y que le ha costado una auténtica fortuna en bolígrafos. Se ha convertido en una válvula de escape anti-estrés que ríete tú de las pelotitas de gomaespuma. Esta sentada en la segunda fila del aula y le tocará hablar y presentarse después de solo dos compañeras.

Desea de todo corazón un cataclismo que abra el suelo como las aguas del Mar Rojo y se trague los cuarenta o cincuenta pupitres que llenan esa habitación de techo bajo y sin luz exterior que parece querer aplastarla como si tuviera unas paredes móviles acercándose poco a poco, como en la trituradora de basura espacial de La Guerra de las Galaxias. Pero sin Han Solo, para su desgracia. 

La capucha empieza a dar los primeros signos de desintegración coincidiendo en el tiempo con las últimas frases de la chica que se sienta dos mesas a su izquierda. Tranquila, se dice, si solo tienes que decir tu nombre y de dónde eres, no es tan difícil. Pero adivina en la mirada del médico que se sienta en una de las esquinas que quiere más, que esas banalidades no serán suficientes para calmar el ansia de descubrir en su interior qué la llevó hasta allí, hasta este aula de esta pequeña ciudad, junto a esos otros doce compañeros sentados ante una carpeta repleta de hojas, frente a siete pares de ojos escrutadores. 


El día estaba siendo una locura, una locura maravillosa y agotadora. Había ciertas afinidades en el grupo que se había reunido a primera hora de la mañana, se distinguían a distancia porque unos gravitaban en torno a otros como cuerpos celestes perfectamente sincronizados. Y los versos libres destacaban en ese universo como cometas, a pesar de que ella hubiera preferido ser un planeta pequeño e insignificante. Pero ser conducidos de un lado a otro en rebaño termina por crear conciencia de grupo y en definitiva, los miedos y las inquietudes son las mismas. 


Se habían sucedido las charlas, las presentaciones, la firma de unos papeles, la entrega de otros, en un frenesí burocrático digno de un paraíso soviético. Y la transumancia borregueril por fin terminaba en ese agobiante aula. Les habían explicado que iban a conocer a algunos de las tutoras y tutores que podrían escoger para convertirse en médicos de familia. Ahí es nada la decisión. A Sophie le temblaban las piernas como si la elección fuera a celebrarse en el círculo polar ártico. Repasaba el dossier que tenía frente a ella, con las fotos de los centros de salud, su localización, la población, las guardias... Por información no iba a quedar, desde luego. Intentaba filtrarla, ponderarla, separar el trigo se paja, y cuando le parecía que la cosa estaba decidida entre dos o tres opciones, descubría un nuevo ángulo que le obligaba a replantearse la decisión, y el orden se trastocaba, y el primero parecía un infierno el último era el paraíso perdido. Total, un lío del carajo. 


Pasaba las páginas para delante y para atrás cuando entraron. Se sentaron en unas sillas frente a ellos, como si fuera el jurado de "Tu cara me suena". Dos hombres y tres mujeres que empezaron a contarles cómo eran sus centros de salud, sus consultas, las cosas que hacían, las que no hacían, las que les dejaban hacer y las muchísimas que les gustaría hacer pero no les dejaban. A veces se atropellaban al hablar, cuando una descripción de uno le traía a la memoria algo a otro, o cuando caían en un infantil "pues yo más" que a ella le hacía esbozar una sonrisa. Se notaba a la legua quien ansiaba venderse y quien caminaba sobre seguro, sabiendo que su oferta nunca en la vida había sido rechazada. 

Entonces entró él, disculpándose, sentándose en una esquina después de intercambiar unas sonrisas y algun chascarrillo con sus compañeros, mirándoles fijamente con esa mirada que empezaba a poner nerviosa a Sophie. Y cuando  al final le propusieron hablar sobre él, su centro y su consulta, solo les contó que era un simple médico de pueblo al que nunca eligen o lo hacen solo por eliminación. No se veía capaz de competir con los centros urbanos y su cercanía al hospital, a la propia unidad docente, con la propia ciudad.  Tampoco con los más cercanos, los que muchos años atrás habían sido rurales y ahora sufrían la invasión de las urbanizaciones dormitorio. Así que propuso al grupo que contarán algo sobre sí mismos, por qué estaban allí sentados frente a ellos, que buscaban o habían buscado aquel día en el Ministerio o donde fuera que eligieran. 

Y ahí habían llegado, a su compañera de la derecha que había terminado su presentación preguntando si se podía llegar en autobús a todos los centros y consultorios. Y ahora tenía que hablar ella. El BIC era el recuerdo informe de lo que había sido y la mano se pegaba a la mesa por efecto hiperhidrótico incontrolable. La primera parte parecía sencilla y automática, pero él preguntó cómo se llamaba el pueblo en el que había nacido y si era grande o pequeño, y la lengua empezaba a secarse en proporcionalidad inversa a la humedad de las manos. 


Y de pronto, sin saber cómo, se vio a sí misma contando aquel año de primero de estudiante aplicada de Medicina en que pidió permiso al médico de su pueblo de toda la vida para acompañarle unos días durante el verano, y cómo, lo que iba a ser solo una semana, se convirtió en una droga que la hacía volver cada lunes, cada vacaciones que le permitía la biología o la patología médica uno.  Cuando retomó el control de su voluntad, se obligó a callar, convencida de haber resultado pesada y hasta cursi. Pero el la miraba asintiendo ligeramente, con el aire de quién ha descubierto un diamante entre un puñado de cristales. 

La ronda de presentaciones terminó al mismo tiempo que la capucha del boli. Después de un silencio algo incómodo, los tutores se levantaron y se marcharon charlando entre ellos, como viejos conocidos. Pero él se detuvo un momento y la sacó de sus meditaciones con un suave golpe sobre los papeles abiertos frente a ella. 

- Sophie, piensa bien en la médico que quieres ser y tomaras la decisión correcta. Mucha suerte. 

Ella sonrió sin contestar nada mientras él se marchaba a toda prisa reclamado por otro compañero. Y Sophie con mucha calma, volvió a sacar otro bolígrafo BIC de su mochila y reinició su tarea destructora. 








5 comentarios:

Rodrigo Gutiérrez Fernández dijo...

Raúl: ¡qué enorme capacidad de evocación y de recuerdo...
Por cierto, ¿cómo se llama al sentimiento de pérdida de aquello que nunca se tuvo?...
Pues eso es precisamente lo que ocurre con tus "relatos reales", que diría Javier Cercas.
Hoy estuve en Guadalajara recibiendo a 46 nuevos residentes que comienzan su especialidad. Les deseé toda la suerte del mundo en la esperanza de que lleguen a ser no solo buenos(as) profesionales, sino también profesionales buenos(as)...
Un fuerte abrazo.

Raul Calvo Rico dijo...

Gracias Rodrigo. Seguro que les gustó la idea de que les recibieras en persona y desde luego, pondremos entre todos nuestro granito de arena para que adquieran la doble vertiente de buenos. Un abrazo.

traducción médica dijo...

¡Hola! Espectacular relato. Tienes muy buena capacidad para relatar y hacer vibrar al lector hasta el último minuto. ¡Enhorabuena! (La medicina es lo que genera...) ;)

Raul Calvo Rico dijo...

Muchas gracias.

Catalina Coral Coral dijo...

Reminiscencias de una excelente elección! :)